Renuncia y Desistimiento en la Vida y la Profesión
Indefensión aprendida y no renunciar al derecho a equivocarse
Renuncia y Desistimiento
El libro “La renuncia” (en inglés, “The Mother's Recompense”, 1925) es un clásico de Edith Wharton, autora de “La edad de la inocencia”, ganadora del Premio Pulitzer. En esta obra, el pasado de una madre complica el futuro de su hija en el Nueva York de los años veinte. Atrapada en un matrimonio infeliz con un marido controlador, Kate Clephane, la protagonista, inicia un romance con un hombre rico, sólo para perder a su hija, Anne, y ser exiliada de la sociedad neoyorquina. De ahí el título en español de la obra (“La Renuncia”). En el texto, al menos, Kate toma decisiones (muy dolorosas), a diferencia de otros personajes.
Muchas personas de nuestra sociedad se enfrentan, también, a retos y traumas que pueden poner a prueba su capacidad para afrontarlos y recuperarse. Tomemos, por ejemplo, el burn-out.
La resignación o renuncia, en ausencia de un verdadero derecho a equivocarse
Por otro lado, cada vez son más las empresas que reflexionan sobre el "derecho a equivocarse", pero no siempre está claro qué significa esto en la práctica. Comprender los mecanismos de nuestro cerebro implicados en nuestras reacciones ante el fracaso puede ayudar a orientar su aplicación efectiva. Véase una aproximación o concepto relativo a resignación en el diccionario.
¿Quizás ya se ha dado cuenta de que, en determinadas situaciones, ya no lo intenta realmente? Por ejemplo, ya no intenta aprender inglés porque "sabe que no sirve para nada"; incluso evita todas las situaciones que podrían ayudarle a progresar para no sentirse fracasado. ¿O quizás ya no habla tanto en las reuniones porque en ocasiones anteriores había perdido la confianza o sus palabras no habían sido tenidas en cuenta? ¿O tal vez ha intentado advertir a su jefe sobre un problema recurrente pero, ante su inacción, ha tenido que aguantarse? Todos estos comportamientos de resignación podrían basarse en un mecanismo de nuestro cerebro: el aprendizaje de la impotencia (o la impotencia adquirida).
La construcción de nuestro sistema de creencias
A lo largo de nuestra vida, nuestras múltiples experiencias, así como las que nos transmiten los demás, nos permiten construir una representación del mundo. Acumulamos conocimientos probabilísticos sobre las consecuencias de nuestras acciones, lo que nos permite gradualmente hacer predicciones. Estas representaciones mentales y predicciones forman un sistema de creencias que es único para cada individuo.
Por ejemplo, "sé" lo que soy capaz de hacer y lo que no: por tomar los ejemplos anteriores, "sé" -o más bien creo- que aprender inglés está fuera de mi alcance, que hablar en público no es para mí y que no podré cambiar el problema que tengo con mi jefe. Este sistema de creencias rige constantemente nuestro comportamiento, sin que necesariamente seamos conscientes de ello.
Indefensión aprendida: cuando aprendo a pensar que no puedo hacerlo
Enfrentarse repetidamente a situaciones negativas sin poder hacer nada al respecto conduce a la resignación y a un comportamiento pasivo: es el fenómeno de la indefensión aprendida. Este estado mental fue descrito por primera vez por el psicólogo Seligman en la década de 1960, bajo el título "Indefensión aprendida". En sus primeros experimentos (que hoy nos parecerían menos éticos), se colocó a un perro en una habitación en la que el suelo enviaba de vez en cuando descargas eléctricas: el perro llevó a cabo diversas acciones para salir de esta dolorosa situación y, por casualidad, acabó pulsando la palanca para detener la corriente. Enfrentado de nuevo a esta situación, rápidamente es capaz de repetir esta acción. Por el contrario, un perro cuyas acciones no detienen las descargas acaba por dejar de actuar y las recibe pasivamente. Y esto tiene una influencia general en el comportamiento, ya que esta resignación se traslada a otras situaciones. De hecho, en un entorno completamente nuevo, en el que el perro puede protegerse de las descargas pisando una barrera de unos centímetros de altura, Seligman observó que dos tercios de los perros que no podían controlar la detención de las descargas se tumbaban en el suelo electrificado, resignados. En cambio, casi todos los perros que habían conservado el control cruzaron rápidamente la barrera.
Estos experimentos se reprodujeron en humanos, sustituyendo las descargas eléctricas por un ruido estridente. Sin posibilidad de detener el ruido, las personas se resignan a soportarlo pasivamente y ya ni siquiera intentan hacer algo, por básico que sea, para detenerlo. Y este comportamiento de resignación se traslada a otras situaciones, ya que entonces muestran desinterés en varias tareas cognitivas. En ausencia de una sensación de control, nuestro cerebro reajusta su sistema de creencias para aprender la impotencia generalizada.
Desde el punto de vista del cerebro, investigaciones recientes han demostrado que no es realmente aprender a fracasar lo que induce este estado, sino más bien no aprender a tener éxito. Por lo tanto, la resignación se traduce en un comportamiento pasivo: ya ni siquiera lo intentamos, por lo que nunca nos encontramos en una situación en la que tengamos éxito, y esto mantiene nuestra creencia de que somos incapaces.
Cómo salir de las creencias limitantes y recuperar el control
Una forma de remediar este estado de impotencia adquirida es poder volver a enfrentarnos a una situación similar, en la que nuestras acciones tengan consecuencias positivas.
También es esencial deconstruir las creencias infundadas. La impotencia adquirida depende de tres vectores de creencias diferentes: la atribución de causa, la persistencia y la globalidad. El riesgo de desarrollar un estado de indefensión adquirida aumenta si atribuyo mi fracaso (o falta de control) a causas internas "no soy lo suficientemente inteligente", si percibo este fracaso como permanente "fracaso pase lo que pase", o generalizado "fracaso en todo lo que hago". Ser capaz de re-atribuir mis fracasos pasados a causas más externas, temporales y específicas ayuda a mantener una sensación de control virtuoso: "fracaso porque los recursos de los que dispongo no son suficientes", "sólo fracasé aquella vez", "sólo fracaso en esta tarea tan específica". Para conseguirlo, es importante tomarse el tiempo necesario para analizar las razones objetivas del fracaso ,y la información detallada de los compañeros y jefes desempeña un papel fundamental.
Comprender la indefensión aprendida puede arrojar luz sobre muchos ámbitos de nuestras vidas, tanto en el trabajo como fuera de él. Nos recuerda que la adversidad tiene un profundo impacto en nuestro cerebro y nuestro comportamiento, y que la falta de control puede tener terribles consecuencias para la psique humana. Cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, o incluso a fracasos repetidos, comprender los factores precisos que las provocan nos ayuda a evitar la resignación generalizada. Por tanto, es en este sentido en el que las empresas deberían introducir el "derecho a equivocarse": dando a cada uno la oportunidad de identificar los factores externos en juego para poder recuperarse con mayor eficacia y mantener su determinación de seguir adelante.
Renuncia a la Profesión y las Implicaciones de la Renuncia
Esto lo expresa muy bien Camilo Chacón:
Evidentemente, todas las decisiones implican consecuencias. Algunas son a veces nocivas para la propia persona, pero una vida sin riesgos es como esperar a vivir sin intentar vivir. Es claro que esto presupone un miedo.
«Quien teme a la muerte es porque también teme a la vida» comentaba Salvador Pániker en unas de sus últimas entrevistas antes de que la Muerte lo atrapara. Pero la Muerte no es una mera ausencia de vida, hay otras muertes que se logran en vida, la muerte profesional es una de ellas, dejar una profesión para comenzar otra no es algo tan extraño como muchos piensan. Hay que hacer el respectivo luto profesional y continuar, teniendo en cuenta sus pérdidas y posibles beneficios. Una apuesta al fin de cuentas.
En una época dominada por los miedos que produce la Inteligencia Artificial no es extraño plantearse no sólo el renunciar a su trabajo, que es algo recomendable si se busca mejores oportunidades laborales, sino la renuncia a su profesión.
Despertarse un día, mirar a su computador… y tener el derecho a decir «Ya no quiero compilar nada más».
Lo hace aquí:
Otra persona que escribe -en mi opinión- acertadamente sobre la renuncia es Ana Albiol:
Renunciar no significa soltar lo que no quieres.
El budismo la define como el acto de liberarse de los placeres mundanos. Y no, en ningún caso me refiero a la rutina de noche. Eso es innegociable.
Para mí, la renuncia implica alejarte de algo que quieres o te produce placer a favor de lo que verdaderamente importa. Aquí el trabajo de valores es clave.
Y a continuación:
“Además de renunciar a cosas que me gustan, he hecho reestructuración de horario, ajustes de mini hábitos (…), elección de cortafuegos —también he adquirido una caja con temporizador para meter el móvil — , y, sobre todo, muchísima escucha del cuerpo. De hecho, es él quien dirige el cotarro de mi gestión temporal. A decir verdad, es mi cuerpo el que dirige mi vida desde hace tiempo.”
Lo hace en:
Este artículo es como una brisa fresca de conocimiento en un tema tan denso. La claridad y el estilo del autor son dignos de elogio.