Psicología Familiar: Relación Padres-Hijos
Ideas para comprender a los niños y mejorar la relación entre padres e hijos (Parte 1)
Psicología Familiar: Relación Padres-Hijos
La psicología clínica de las relaciones padres-hijos se ocupa de la influencia del funcionamiento relacional en la aparición de problemas psicológicos en los padres y sobre todo en los hijos. Se hace especial hincapié en la noción de parentalidad, entendida a la vez como una experiencia psicológica que lleva a los padres a actuar y como un conjunto de comportamientos parentales concretos dirigidos hacia el niño (comportamientos «parentales»). La psicología clínica de las relaciones entre padres e hijos se ha desarrollado en varias etapas: desde la primera mitad del siglo XX, la atención se centró en la relación diádica madre-hijo. A partir de los años setenta, el interés de investigadores y clínicos se amplió para incluir la relación diádica padre-hijo y, finalmente, en los últimos treinta años, la relación a 3 (triádica) madre-padre-hijo. Esta evolución refleja en parte los cambios sociales en la organización de la familia y en el reparto de funciones entre madres y padres.
Relaciones a 2 y 3
La relación madre-hijo
Numerosas investigaciones han demostrado los vínculos existentes entre la disposición mental de la madre y su capacidad para cuidar de su hijo. De hecho, existe una motivación básica que la lleva a cuidar del niño desde el nacimiento, combinada con la capacidad de imaginar al niño como un individuo autónomo separado de ella, de comprender sus estados internos y de sentir sus emociones a través de la empatía. Los comportamientos parentales que resultan de este «estado de ánimo» se ajustan a las necesidades del niño: la madre interactúa con él y le estimula, teniendo en cuenta su estado (si está triste o contento, si está motivado para jugar) y sus capacidades (lo que el niño puede hacer según su edad). A continuación, la madre adapta su comportamiento a medida que el niño se desarrolla, en función de sus crecientes capacidades motoras, cognitivas, lingüísticas y emocionales.
Una historia de relaciones difíciles por parte de la madre, en particular con sus propios padres o en su relación de pareja, una psicopatología (la más documentada es la depresión) o un estrés psicosocial importante pueden alterar este estado de ánimo y, por extensión, la calidad del comportamiento parental. Dado que los niños dependen en gran medida de la estimulación de los adultos para aprender a regular sus estados emocionales y actuar de forma socialmente adecuada, una alteración del comportamiento materno suele repercutir en la alteración del comportamiento del niño (retraimiento social, por ejemplo), lo que a su vez agrava las dificultades maternas y crea un círculo vicioso patógeno.
Esta cadena interpersonal de acontecimientos ha llevado a los clínicos a realizar «diagnósticos» a nivel relacional en lugar de individual, por ejemplo considerando que la relación es excesivamente implicada, cuando la madre tiene dificultades para diferenciar sus necesidades de las del niño y es intrusiva (en un juego, ella realiza las actividades en lugar del niño), o poco implicada, cuando la madre es poco estimulante y despreocupada. Cuando estas perturbaciones relacionales son crónicas, pueden aparecer trastornos psicopatológicos en el niño, como trastornos del sueño, de la alimentación, del humor o de la conducta. En el caso de niños en edad escolar o adolescentes, los comportamientos parentales alterados también pueden manifestarse en un estilo educativo inadecuado, con una disciplina demasiado laxa o demasiado estrictamente autoritaria. En niños mayores y adolescentes, los trastornos más graves son los alimentarios, como la anorexia, o el abuso de sustancias.
Sin embargo, es importante mantener la cautela: los trastornos infantiles no siempre están relacionados con alteraciones en las relaciones intrafamiliares, y hay que tener en cuenta otros factores (incluido el entorno social de los compañeros).
La relación padre-hijo
La relación padre-hijo es, en líneas generales, análoga a la relación madre-hijo: incluye aspectos motivacionales (inversión en el rol parental) y conductuales (actuar como padre) en el padre que dan forma a la relación con el hijo. La psicopatología afecta a las habilidades parentales de los padres de forma similar a la observada en las madres, con consecuencias negativas para la relación y el niño. Contrariamente a lo que se ha afirmado durante mucho tiempo, la investigación contemporánea demuestra que la relación con el padre es activa y significativa desde el momento en que nace el niño.
La relación madre-padre-hijo
La relación que cada progenitor desarrolla con el niño es interdependiente de la dinámica relacional entre los padres, es decir, de la relación de coparentalidad y de la forma en que se comparte la crianza. La co-paternidad se refiere, por tanto, al apoyo, tanto emocional como instrumental, que los padres se prestan mutuamente en su relación con el niño. La co-paternidad cohesiva se caracteriza por la cooperación, el afecto mutuo y la gestión constructiva de los desacuerdos. Las disensiones entre los progenitores, por el contrario, pueden dar lugar a varios escenarios no cohesivos: la coparentalidad se vuelve hostil, con cada progenitor contradiciendo las decisiones tomadas por el otro; desequilibrada, con uno de los progenitores (frecuentemente el padre) retirándose de la vida familiar; o «centrada en el niño», con interacciones entre los progenitores que se asemejan a una especie de guerra fría, sin hostilidad pero tampoco apoyo emocional. La coparentalidad no cohesiva tiene un efecto negativo en el desarrollo de los niños: los niños pueden aprender comportamientos desviados a través del aprendizaje vicario, al ver a sus padres adoptar comportamientos hostiles y agresivos e imitarlos; también pueden experimentar inseguridad emocional relacionada con el clima familiar, lo que presagia trastornos del estado de ánimo; por último, la relación padre-hijo se ve afectada por las perturbaciones en la relación padre-padre, un fenómeno descrito como el efecto «derrame» sobre la crianza: los padres en conflicto tienen un estilo de crianza colérico, con pocos límites y escasa disponibilidad emocional, lo que por extensión repercute en el niño.
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La contribución del niño
El niño ha sido durante mucho tiempo el gran olvidado en el estudio de las relaciones entre padres e hijos. Sin embargo, un bebé posee las habilidades necesarias para interactuar con uno o incluso varios adultos al mismo tiempo, desde los primeros meses, como demuestra la investigación sobre la distribución de la atención visual en bebés que observan una discusión entre sus padres. Otros numerosos estudios han demostrado las diferencias interindividuales en las disposiciones de los niños para regular sus emociones (definidas en términos de temperamento) y el efecto de estas variaciones en el comportamiento de los padres; los padres de un niño «difícil» (irritable, difícil de calmar) tienen más probabilidades de mostrar un comportamiento más frío y distante como consecuencia de las dificultades que encuentran para interactuar con el niño.
Por último, la discapacidad de un niño también puede dificultar el desarrollo de las relaciones, en parte por el trabajo que tienen que hacer los padres para llorar la pérdida de su hijo ideal, y en parte porque el niño puede mostrar cambios de comportamiento que les obliguen a esforzarse más para adaptarse a sus necesidades.
Así pues, el niño y su entorno se influyen mutuamente. Así pues, se ha llegado a la conclusión de que la personalidad del niño, entendida como un complejo formado por la organización de actitudes, expectativas y comportamientos, se construye a lo largo del desarrollo como parte de un proceso transaccional dinámico entre el niño y su entorno social. Por lo tanto, la personalidad no está rígidamente determinada por disposiciones innatas ni simplemente moldeada por los padres.
Tratamientos
Existe una serie de terapias dirigidas específicamente a la relación padres-hijo. Se dirigen bien a la experiencia de los padres (trabajando sobre las representaciones que éstos tienen de su hijo o de su función parental), bien directamente al comportamiento de los padres (enseñando comportamientos parentales adecuados), o bien a ambos niveles a la vez. La implicación del niño en el tratamiento depende de su edad (cuanto mayor sea el niño, más se implicará en la terapia) y de la etiología de las dificultades (vinculadas a la relación con uno de los padres o derivadas de un conflicto entre los padres, por ejemplo).
Además, a veces es más eficaz reducir las dificultades del niño de forma indirecta, trabajando en la relación de coparentalidad más que con el niño directamente; recientemente se ha desarrollado toda una gama de tratamientos dirigidos específicamente al apoyo entre los padres. Las terapias entre padres e hijos, ya sean diádicas o familiares, han demostrado ampliamente su eficacia para toda la gama de trastornos mencionados anteriormente, desde diversas perspectivas teóricas: en particular, psicodinámica, conductual, cognitivo-conductual, sistémica, psicoeducativa o centrada en el apego.
Conclusiones
La psicología clínica de las relaciones padres-hijo ha demostrado la importancia de considerar los trastornos del desarrollo infantil en el contexto de las relaciones diádicas padres-hijo, y también de tener en cuenta la relación entre los padres, es decir, razonar al menos en términos de tríada familiar. Las principales limitaciones son la falta de conocimientos en este campo sobre el papel de los hermanos y la red familiar más amplia, como la relación con los abuelos.
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Abuso del Menor y Reacción de los Padres
Lundy Bancroft escribió lo siguiente en un famoso libro sobre el tema (“¿Por qué hace eso? Dentro de la mente de los hombres enfadados y controladores”):
«En la década de 1890, cuando Freud se encontraba en los albores de su carrera, le llamó la atención cuántas de sus pacientes femeninas le revelaban haber sido víctimas de incesto en la infancia. Freud llegó a la conclusión de que el abuso sexual infantil era una de las principales causas de los trastornos emocionales en las mujeres adultas y escribió un brillante y humano artículo titulado «La etiología de la histeria». Sin embargo, en lugar de recibir la aclamación de sus colegas por sus ideas innovadoras, Freud se encontró con el desprecio. Fue ridiculizado por creer que hombres de excelente reputación (la mayoría de sus pacientes procedían de hogares honrados) podían ser autores de incesto.
En pocos años, Freud se doblegó ante esta fuerte presión y se retractó de sus conclusiones. En su lugar propuso el «complejo de Edipo», que se convirtió en el fundamento de la psicología moderna. Según esta teoría, cualquier joven desea en realidad el contacto sexual con su padre, porque quiere competir con su madre por ser la persona más especial de su vida. Freud utilizó este constructo para concluir que los episodios de abuso incestuoso que sus clientes le habían revelado nunca habían tenido lugar; eran simplemente fantasías de acontecimientos que las mujeres habían deseado cuando eran niñas y que las mujeres habían llegado a creer que eran reales. Esta construcción inició una historia de cien años en el campo de la salud mental de culpar a las víctimas de los abusos perpetrados contra ellas y de desacreditar abiertamente los informes de mujeres y niños sobre malos tratos por parte de los hombres.
Una vez que se negó el abuso de esta manera, se preparó el terreno para que algunos psicólogos adoptaran la opinión de que cualquier comportamiento violento o de explotación sexual que no pudiera negarse -porque simplemente era demasiado obvio- debía considerarse causado por el otro. Así, la literatura psicológica está llena de descripciones de niños pequeños que «seducen» a los adultos para tener encuentros sexuales y de mujeres cuyo comportamiento «provocativo» hace que los hombres se vuelvan violentos o sexualmente agresivos con ellas.
Me gustaría poder decir que estas teorías hace tiempo que perdieron su influencia, pero no puedo. Una psicóloga que actualmente es una de las profesionales más influyentes a nivel nacional en el campo de las disputas por la custodia escribe que las mujeres provocan la violencia de los hombres al «resistirse a su control» o al «intentar marcharse». Promueve la teoría del complejo de Edipo, incluida la afirmación de que las niñas desean el contacto sexual con sus padres. En sus escritos hace la observación de que las chicas jóvenes a menudo están implicadas en relaciones «mutuamente seductoras» con sus padres violentos, y es sobre la base de tal «investigación» que algunos tribunales han establecido sus protocolos. Así pues, el legado freudiano sigue siendo fuerte».
Al respecto, Abel Alamillo, ofrece el siguiente ejemplo (véase link más abajo), recogido de Stephen Hayes en uno de su libro:
“Una niña que desde los 8 años sufre abusos por parte de un amigo de la familia. La niña vive esos abusos como algo malo, pero ante ellos se encuentra la indiferencia de quienes la tienen que proteger y cuidar. Lo coherente y de hecho lo que se ha venido a llamar comunicación coherente, sería que el malestar de la niña fuera acompañado de malestar por parte de los padres, validando así la experiencia de la niña y ayudándola a regularse tras la desregulación de los abusos, y poniendo solución a ellos. Sin embargo, eso no sucede. Los padres no validan el malestar de la niña, lo ignoran, así como ignoran lo que ocurre, y no la ayudan a regularse. Simplificando, cómo nos construimos a través de la relación con el otro, la lectura del cerebro es la siguiente “Si esto no es algo que mis padres tengan que atender, no es importante, yo tampoco lo atiendo”. Complicándolo un poco más, el cerebro de la niña tiene dos opciones, rechazar a los padres (lo cual es muy difícil ya que son los que nos dan seguridad, recordemos que la niña tiene 8 años y el circuito del apego o de acudir a la persona que se supone nos debe conferir seguridad es muy potente), o ignorar lo que siente respecto a los abusos, ya que la desregulan y ni la validan esa desregulación, ni la ayudan a volver a estar regulada (es decir lo que hemos comentado entre las comillas).
Insistimos, la niña aprende a no ver al igual que los padres hacen que no ven. Esto implica no ver o sentir las sensaciones corporales respecto a los abusos, por supuesto no ver las emociones que esto le hace sentir, y no ver las señales del contexto relacionadas con los abusos. (Algo similar ocurre en niños maltratados donde el niño maltratado es maltratado por la persona que le debe dar seguridad, así que se encuentra a la vez con la incoherencia de la coexistencia de la seguridad y el maltrato por parte de la misma persona, aprendiendo ante ello, como mal menor para nuestro cerebro, a ignorar todo lo relacionado con el maltrato).
Por desgracia, la niña a los 15 años, sufre nuevamente abusos. En una conferencia a la que asiste, entabla conversación con un universitario de algo más de veinte años, él la invita a tomar algo y luego la invita a su casa a seguir charlando. Allí él se abalanza sobre ella, y ella se bloquea al igual que cuando era niña siendo incapaz de resistirse (se disocia, o entra en vago dorsal, es decir respuesta de congelación, ya hablaremos mucho de esto). Sino entendemos cómo funciona el sistema nervioso, lo primero que diremos es, ¿por qué no se fue cuando el chico se abalanzó sobre ella, ya que no fue en apariencia de un modo violente? Ya iremos indagando en eso, pero básicamente los abusos responden a una memoria implícita del pasado que no ha sido procesado conscientemente por el cerebro, eso hace que cuando algo despierta esa memoria implícita (el chico abalanzándose sobre ella), se activa las mismas sensaciones corporales, las mismas emociones, los mismos comportamientos (congelación, o disociación o sumisión), y el mismo primming (por así decir el cuerpo preparándose para lo que viene cómo algo inevitable), y lo que es más, todo esto se activa al ser una memoria implícita cómo si fuese algo de ahora, es decir, de repente la niña de 15 años, para su cerebro, para su sentir y comportarse, es una niña de 8 años. Así que literalmente, la chica, no puedo hacer nada para evitarlo.
Vale, diremos muchos, pero antes de que él se abalanzara sobre ella, ¿cómo ella no vio las señales de las intenciones del chico?, las amigas de la chica cuando les contó lo sucedido la culpaban porque por lo que ella contaba eran evidentes las intenciones del chico. La realidad es que ella no podía verlas. Su cerebro a los 8 años aprendió a ignorar todo lo relacionado con los abusos, como dijimos, tanto el malestar, cómo las emociones, cómo las señales del contexto. Es muy probable que la niña en los abusos aprendiese a disociarse durante los mismos, por lo que el hipocampo (estructura principal para la memoria y sobre todo la explícita), se bloquea, y al bloquearse no tomamos nota de modo consciente de nada de lo que sucede. Pero además la niña aprendió a ignorar no sólo las señales contextuales, sino sus sensaciones internas respecto a esta situación. Así que, ¿cómo iba a darse cuenta de las evidentes intenciones del chico? Simplemente no podía. Ni lo busca, ni repite patrones, simplemente no ve parte de la realidad. “
Véase este excelente artículo en:
Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones, perspectivas y recomendaciones se expresan en esta publicación (o en otros lugares de esta plataforma, respecto a las características en 2024 o antes, y el futuro de esta cuestión).
"Hoy utilizamos el término «trastorno del apego» para describir el profundo impacto que tiene en el desarrollo emocional y psicológico de los niños el hecho de que se les niegue una relación constante e íntima con un cuidador de confianza. Sólo podemos adivinar cómo afectó a John Stephen y a millones de personas como él el hecho de que se les negara la experiencia humana fundamental de una relación paterno-filial."
- Andrea Stuart ("Azúcar en la sangre: la historia de una familia sobre la esclavitud y el imperio")
«Una enorme mayoría de padres utiliza alguna forma de agresión física o verbal contra los niños. Dado que las mujeres siguen siendo las principales cuidadoras de los niños, los hechos confirman la realidad de que, dado un sistema jerárquico en una cultura de dominación que da poder a las mujeres (como la relación padre-hijo), con demasiada frecuencia éstas utilizan la fuerza coercitiva para mantener la dominación. En una cultura de dominación todo el mundo está socializado para ver la violencia como un medio aceptable de control social. Las partes dominantes mantienen el poder mediante la amenaza (actuada o no) de que se recurrirá al castigo abusivo, físico o psicológico, siempre que las estructuras jerárquicas vigentes se vean amenazadas, ya sea en las relaciones entre hombres y mujeres, o en los vínculos entre padres e hijos.»
- bell hooks ("El feminismo es para todos: política apasionada")