La Actitud lo es Todo: Cambie su Actitud... y Cambiará su Vida
Sus aspectos en la psicología social
La Actitud lo es Todo: Cambie su Actitud... y Cambiará su Vida
Este es el título -y por eso se ha rescatado aquí- de un libro que tuvo cierto éxito, con este título sugerente, escrito por un abogado, Keller, que encontró su destino enseñando y difundiendo motivación.
Este artículo estudiará su base, sus aspectos psicológicos y sociológicos, más que los inspiradores o “motivacionales”, aunque algunas citas intentan ayudar en este sentido. Otros artículos sobre este tema sí tratarán tales aspectos.
La palabra actitud procede del latín “aptitudo”. Su significado original era plástico: “Manera de sostener el cuerpo. Tener bellas actitudes”, dice Littré. De lo físico, el término se transpone a lo moral: “La actitud de respeto”; luego va más allá de lo moral para indicar diversas disposiciones: “El gobierno, por su actitud, ha tranquilizado a los amigos de la paz”, dice de nuevo Littré. La palabra empezó a aparecer regularmente en el vocabulario científico con los primeros trabajos de psicología experimental. Los psicólogos no tardaron en darse cuenta de que el éxito en una tarea, y más generalmente la reacción a un estímulo, dependía de ciertas disposiciones mentales. Ya H. Spencer escribió que “la formulación de juicios correctos sobre cuestiones controvertidas depende en gran medida de la actitudmental que mostremos al escuchar o participar en la discusión”. La noción de actitud parece, por tanto, fundamental para explicar la relación entre estímulos y respuestas.
En psicología social y sociología, la palabra fue introducida por Thomas y Znaniecki en su monumental estudio sobre el campesino polaco. Las actitudes explican las reacciones de un individuo ante las estipulaciones sociales. Son disposiciones mentales que explican el comportamiento. Desde entonces, la palabra actitud no ha dejado de aparecer en la literatura sociológica y psicosociológica, probablemente porque es un concepto indispensable en la explicación del comportamiento social, al igual que es una noción necesaria en la explicación de las reacciones ante una tarea.
Sin duda, su éxito se ha visto considerablemente reforzado por el reto que plantea desde un punto de vista metodológico y epistemológico.
Reconocer la importancia de la noción de actitud significa abandonar la aparente sabiduría del conductismo, que sugería que un científico que deseara ocuparse objetivamente de los procesos psicológicos sólo debía tener en cuenta el comportamiento observable. Sin embargo, una actitud es por definición inobservable. Además, como ya reconoció Park, la noción de actitud implica la de intensidad. Pero, ¿cómo evaluar la intensidad de una entidad inobservable? También en este caso, la tradición psicológica sirvió de guía a sociólogos y psicólogos sociales. Ya en 1904, con el famoso artículo de Spearman sobre la medición de la inteligencia, los psicólogos habían abordado el problema de medir lo inobservable.
"Sea la razón por la que alguien sonríe. Sea la razón por la que alguien se siente querido y cree en la bondad de las personas".
- Roy T. Bennett ("La luz en el corazón")
En 1928, con su provocador artículo “Las actitudes pueden medirse”, Thurstone inició una tradición de investigación sobre la medición de las actitudes, una tradición que sigue viva hoy en día y que ha desempeñado un papel importante en la matematización de las ciencias sociales.
Las primeras definiciones
Para Thomas y Znaniecki, una actitud siempre está orientada hacia un objeto. Permite predecir el comportamiento real y potencial de un individuo ante un estímulo social. Como los objetos sociales en relación con los cuales los individuos están llamados a situarse son valores colectivos, la actitud es definida por estos autores como “el estado de ánimo de un individuo hacia un valor”. Esta idea de un vínculo necesario entre actitud y valor es retomada por Park. Pero refinó la definición añadiendo una serie de propiedades: una actitud varía en intensidad; se basa en la experiencia. La primera propiedad indica que una actitud es susceptible de grados. La segunda se introdujo esencialmente para distinguir la noción de actitud de la de instinto social.
El concepto de actitud deriva de dos fuentes principales. La primera de ellas es la psicología experimental, que ha demostrado que es imposible explicar las reacciones de un sujeto ante un estímulo sin tener en cuenta sus disposiciones mentales o actitudes. Pero, sin duda, el concepto de actitud no habría cuajado en los círculos de la psicología experimental, muy influidos por el conductismo, sobre todo en Estados Unidos, sin lainfluencia del psicoanálisis. Uno de los puntos centrales del psicoanálisis es la distinción entre lo manifiesto y lo latente, lo consciente y lo inconsciente.
La noción de actitud surgió por tanto como un concepto que se percibía sin duda como indispensable, pero vago. Sólo quedaba definirlo. Los psicólogos, y después los psicólogos sociales y los sociólogos, pasaron varias décadas intentando dar con una definición satisfactoria.
En 1935, G. W. Allport dio la siguiente definición: “Una actitud es un estado mentaly neuronal de disposición, organizado sobre la base de la experiencia, que ejerce una influencia directiva o dinámica sobre las respuestas del individuo a todos los objetos o situaciones con los que se enfrenta”. Esta definición refleja la idea de que es imposible explicar cualquier comportamiento sin recurrir a la noción de actitud, que las actitudes no hacen más que orientar el comportamiento y que tienen su origen en la experiencia. Además, al vincular objetos y situaciones, Allport subraya que las actitudes son indispensables para explicar tanto el comportamiento del tipo previsto por la psicología experimental como el comportamiento social.
Estas definiciones revelan, por un lado, el deseo de definir las actitudes por lo que podríamos llamar su contenido o su naturaleza (un estado mental y nervioso) y, por otro, el deseo de distinguir las actitudes de las nociones con las que podrían confundirse, como el instinto. La idea, en la que insisten tanto Park como Allport, de que la actitud tiene su origen en la experiencia pretende sobre todo distinguirla de la noción de instinto.
Estas definiciones son criticables. La noción de estado mental y nervioso es imprecisa. Para ser precisos, sería necesario conocer la base fisiológica y psicológica de las actitudes. Por tanto, estas definiciones son muy rudimentarias en su enunciado de las propiedades intrínsecas de la noción de actitud.
En cuanto a las propiedades que nos permiten distinguir la noción de actitud de las nociones vecinas, también están definidas de forma imperfecta, ya que si bien nos permiten distinguir la noción de actitud de la de instinto, apenas nos permiten distinguirla de otras nociones como disposición, expectativa, rasgo de carácter, necesidad, opinión, etc.
Definiciones operativas
La definición de G. W. Allport estaba determinada, en otras palabras, por un contexto científico determinado: quería dar a la noción de actitud su lugar en el arsenal de conceptos psicológicos predominantes en la época en que escribía. Más tarde, cuando la psicología social se hizo más autónoma del aparato conceptual de la psicología experimental, cuando la investigación sobre las actitudes se desarrolló más ampliamente, el contexto científico cambió y, con él, las definiciones de la noción de actitud. Adams y Heider hicieron hincapié en un nuevo tema, el del papel integrador de las actitudes en relación con la personalidad.
Para estos autores, la naturaleza subjetiva de una actitud reside en su función. Esta función consiste en preservar el equilibrio de la personalidad ante una situación social dada. Por poner un ejemplo muy sencillo, si soy anticlerical y observo que un sacerdote se comporta de un modo que debo aprobar, o incluso admirar, tenderé a presentar este comportamiento como excepcional, como debido a circunstancias especiales. De este modo, podré mantener mi actitud anticlerical, que cumple una función para mí en la medida en que actúa como marco de referencia general, permitiéndome sentirme solidario con determinadas personas o grupos que adoptan los mismos valores, etc.
Mi equipo y yo hemos escrito este artículo lo mejor que hemos podido, teniendo cuidado en dejar contenido que ya hemos tratado en otros artículos de esta revista. Si crees que hay algo esencial que no hemos cubierto, por favor, dilo. Te estaré, personalmente, agradecido. Si crees que merecemos que compartas este artículo, nos haces un gran favor; puedes hacerlo aquí:
En este texto, la noción de actitud se define, por tanto, como un sistema que permite organizar el comportamiento y las opiniones en función de determinadas necesidades de la personalidad. Por tanto, una actitud no puede concebirse, como en el caso de Allport, únicamente en función de la experiencia pasada. También está determinada por la situación actual de la personalidad en un campo social específico.
El desarrollo de la investigación sobre cómo se forman las actitudes y cómo cambian, aunque ha aportado importantes enriquecimientos teóricos, ha llevado gradualmente a eliminar de la definición del concepto de actitud cualquier referencia a sus propiedades intrínsecas. En otras palabras, ahora se tiende a presentar la noción de actitudes de una manera puramente formal y operativa. J. Stoetzel ofrece un ejemplo de este tipo (“Definición de intención y espacio de atributos”) cuando define la noción de actitud a partir de cuatro elementos bien definidos. En primer lugar, la noción de actitud corresponde a una variable inferida, no observada ni observable directamente. En segundo lugar, se refiere a una preparación específica para la acción que implica una relación sujeto-objeto que la distingue de un rasgo de carácter. En tercer lugar, una actitud siempre está polarizada, lo que implica la idea de a favor o en contra. Por último, las actitudes se adquieren y pueden verse afectadas por influencias externas.
La ventaja de este tipo de definición es que evita cualquier presuposición teórica y utiliza propiedades específicas que permiten distinguir sin ambigüedad la noción de actitud de las nociones vecinas. Lazarsfeld propone otra definición de este tipo, más sistemática. Según este autor, la noción de actitud y los conceptos afines pueden concebirse como representaciones de diferentes combinaciones de tres dimensiones: el horizonte temporal (presente o futuro), el campo (específico o general) y la dinámica (pasiva o directiva). Así, los rasgos de carácter (la generosidad, por ejemplo) son generales, pasivos y vinculados al presente; las expectativas son disposiciones específicas, pasivas y orientadas al futuro; las intenciones son específicas, directivas y orientadas al futuro; las opiniones son específicas, pasivas y vinculadas al presente; las actitudes son generales, pasivas y orientadas al presente.
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La idea general que se desprende de este tipo de definición es que, para poner fin a las disputas sobre la definición de la noción de actitud, es esencial abandonar la idea de definirla por lo que es. En su lugar, hay que considerar que pertenece a un determinado campo semántico y definirla por un cierto número de criterios que permiten distinguirla de los demás elementos de este campo.
Investigación sociológica y psicológica
Una de las razones del éxito de la noción de actitud, aparte de las ya mencionadas, es que se ha hecho indispensable en el análisis de fenómenos que iban a ocupar la atención de sociólogos y psicólogos durante muchos años.
La noción de actitud fue introducida por Thomas y Znaniecki porque los individuos que observaron en El campesino polaco – campesinos polacos que habían emigrado a Estados Unidos – mostraban comportamientos inadecuados en relación con las normas sociales de la sociedad de acogida. Llegan a la conclusión de que el comportamiento individual no puede explicarse en términos funcionales: para que un individuo reconozca el valor, por ejemplo, de recurrir al sistema legal para que una situación se resuelva a su favor cuando tiene razón, primero debe tener una “actitud” positiva hacia la justicia, es decir, debe reconocer que una disputa con otra persona puede resolverse no directamente, sino indirectamente, a través del intermediario de la sociedad.
Pero la noción de actitud cobró sentido cuando los sociólogos estadounidenses, en respuesta a una compulsión o a una necesidad social generalizada, empezaron a estudiar el problema de los prejuicios raciales. El prejuicio racial es, en efecto, un caso especial, en el que el comportamiento y las opiniones están determinados por disposiciones internas que forman una especie de pantalla entre el individuo y la realidad social.
“En las palabras se ven el estado de ánimo, el carácter y la disposición del orador”.
– Plutarco
Uno de los libros clásicos sobre el análisis del prejuicio es “La naturaleza del prejuicio”, de G. W. Allport. En él, el autor presenta un análisis sistemático de las distorsiones perceptivas causadas por el prejuicio, al tiempo que expone una teoría del prejuicio: en el nivel de la representación, el prejuicio asume una función simplificadora. Proporciona categorías claras que permiten clasificar a las personas y su comportamiento, explicar ese comportamiento de forma sencilla (“no es sorprendente que actúe así, ya que es judío”), juzgar ese comportamiento según “el principio del menor esfuerzo”. Además, el prejuicio tiene una función de integración social: me permite sentirme tanto más cerca de ciertos grupos cuanto que rechazo a otros.
Otra obra clásica en el campo del análisis de actitudes es “La personalidad autoritaria”, de Adorno y sus colegas. Aquí se hace hincapié en la idea de que las actitudes que pueden observarse en un individuo no son elementos aislados, sino que están integradas en un sistema. Una actitud concreta se considera un síntoma de lo que podría denominarse un síndrome de la personalidad. Así es como Adorno estableció que una actitud antisemita, o más en general una actitud etnocéntrica, suele ir acompañada de todo un sistema de actitudes. El antisemita tiende a ser conformista, es decir, a aceptar sin cuestionar los valores aceptados propios de las clases medias. También tienden a ver las relaciones personales en términos de autoridad y obediencia, a hacer hincapié en el respeto debido a la autoridad, a enfrentar el bien contra el mal, a afirmar que las acciones de los demás están guiadas por el egoísmo y el cinismo, etc. Estudios posteriores, como el trabajo de Stouffer sobre el anticomunismo, han demostrado la validez de la teoría de Adorno: entre los anticomunistas apasionados observados por Stouffer, también encontramos un síndrome de actitudes cuyos temas fundamentales residen en una separación brutal entre el bien y el mal, y en una visión del mundo generalmente maniquea y pesimista. Se pueden encontrar resonancias similares en el estudio de Michelat y Thomas sobre las actitudes nacionalistas en Francia (“Dimensions du nationalisme”).
“La vida es demasiado corta para perder el tiempo con personas que no le respetan, aprecian y valoran”.
– Roy T. Bennett (“La luz en el corazón”)
Con autores como Ash y Heider, la teoría de las actitudes adquiere una nueva dimensión. Su objetivo es analizar el proceso de cambio que se produce cuando las actitudes contradictorias tienden a desarrollarse en presencia de una situación social determinada. La idea general de Ash y Heider es que, en este caso, el sujeto tenderá a modificar sus actitudes de forma que llegue a un conjunto de actitudes coherentes minimizando, de alguna manera, el coste que este cambio representa para él.
La mayoría de los estudios en este campo son experimentales. Más interesantes, y quizá más importantes, son los estudios que, como los de Lipset y sobre todo Newcomb, examinan el proceso de formación y cambio de actitudes en una situación social real. En su estudio de las actitudes políticas en un centro de enseñanza superior, Newcomb demuestra que éstas están en función del campo social en el que se insertan los individuos: cuando el campo social está formado por “grupos de referencia” cuyas actitudes son contradictorias, se desarrolla en el individuo un proceso al final del cual elige uno o varios grupos de referencia cuyos “valores” son compatibles. De este modo, asegura su integración en un campo social eligiendo actitudes compatibles con los grupos de referencia dominantes.
Todos estos estudios demuestran que las actitudes no pueden analizarse sin tener en cuenta su función en términos de integración del individuo en su entorno social. Otro ejemplo son los trabajos de Coleman sobre los sistemas de valores que se desarrollan en la escuela, que demuestran que las actitudes están estrechamente determinadas por el lugar que ocupa el individuo en la estructura social del grupo formado por los alumnos de la misma clase, y están en función de los grupos de afinidad.
Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones y recomendaciones se expresarán a continuación (o en otros lugares de esta plataforma, respecto a las características en 2024 o antes, y el futuro de esta cuestión):
Medir las actitudes
Dado que implica la idea de grado o intensidad, la noción de actitud plantea un importante problema metodológico: el de determinar esta intensidad. Es lo que se conoce como “medición de actitudes”. A primera vista, el problema parece un desafío. ¿Cómo medir algo que, por definición, es inobservable e inobservado?
También en este caso, los psicólogos sociales y los sociólogos se beneficiaron de un precedente en el campo de la psicología, el de Spearman, que en 1904 publicó un artículo titulado “La inteligencia general, determinada y medida objetivamente”. La inteligencia tampoco puede observarse.
Una lógica similar se utiliza en la mayoría de los modelos de medición de actitudes. En el análisis de las estructuras latentes, Lazarsfeld parte de la base de que una actitud puede representarse como una variable latente continua. En función de la intensidad de esta actitud en un sujeto dado, ese sujeto tendrá una probabilidad diferente de responder de una determinada manera a una pregunta dada. Por ejemplo, cuanto más antisemita sea una persona, mayor será la probabilidad de dar una respuesta negativa a la pregunta “¿Se casaría con un judío? Esta idea puede representarse mediante una línea como la curva sólida que se muestra en la figura.
Una curva de probabilidad diferente correspondería a una pregunta diferente. Como resultado, podemos imaginar que la pregunta “¿Sería usted reacio a tener amistad con judíos? tendría una forma diferente a la primera: con el mismo nivel deantisemitismo, una respuesta antisemita a esta pregunta es probablemente menos probable que a la anterior; la curva hipotética correspondiente se muestra como una línea de puntos en la figura. En especial, puede interesar lo siguiente:
El análisis de la estructura latente permite, en determinadas condiciones, dadas las respuestas a un conjunto de preguntas sobre actitudes, determinar las características de estas curvas de probabilidad y, en consecuencia, situar a un individuo en la variable latente en función de sus respuestas a las preguntas.
En el campo de la medición de actitudes, el principal pionero fue L. Thurstone, que publicó el artículo “Las actitudes pueden medirse” en 1928. Los métodos de Thurstone se basan en modelos que incluyen supuestos relativamente fuertes. Por eso se utilizan poco hoy en día. Después de Thurstone, han predominado los métodos empíricos que no implican el uso de modelos matemáticos. A grandes rasgos, estos métodos, como las escalas de Likert, determinan la validez de determinados indicadores (generalmente representados por las respuestas a un conjunto de preguntas) analizando la estructura de sus intercorrelaciones. Tras la Segunda Guerra Mundial, los trabajos de Guttman y Lazarsfeld, en particular, hicieron renacer el interés por los modelos de medición. Uno de los modelos más utilizados es el conocido como escala de Guttman, o modelo jerárquico. Traducido a la conceptualización del análisis de estructura latente, este modelo puede describirse mediante la figura.
En este modelo, se supone que, hasta un determinado umbral en la variable de actitud latente, la probabilidad de que una respuesta vaya en el sentido de la actitud es cero, ya que se eleva bruscamente hasta 1. Si examinamos la figura con detenimiento, veremos que este modelo tiene una consecuencia inmediata -si se verifica-, que es que una persona sólo puede dar una respuesta que vaya en el sentido de la actitud (digamos brevemente una respuesta positiva) a la pregunta 3 si ha dado una respuesta positiva a las preguntas 1 y 2. Del mismo modo, una respuesta positiva a la pregunta 2 implica una respuesta positiva a la pregunta 1. De hecho, un individuo situado en el punto A de la variable de actitud, por ejemplo, y que tiene una probabilidad casi igual a 1 de dar una respuesta positiva a la pregunta 2, tiene una probabilidad igual a 1 de dar una respuesta positiva a la pregunta 1. En resumen, a medida que nos desplazamos a lo largo de la variable de actitud hacia la derecha, vemos la aparición de configuraciones ordenadas de respuestas a las preguntas 1, 2 y 3: -, + -, + + -, + + +. En general, se dice que el modelo “jerárquico” es válido cuando un conjunto de indicadores puede ordenarse de forma que se obtengan configuraciones de respuesta jerárquicas como las siguientes:
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En otras palabras, este modelo descarta la observación empírica de configuraciones como + – – + – o + – + + -.
En muchos casos, un conjunto de preguntas sobre actitudes revela, al menos aproximadamente, una estructura jerárquica de este tipo (cf. “Un modèle de transvité complète entre items hiérarchisés”, de Jacques Maître). Cuando existe una estructura de este tipo, permite inmediatamente clasificar a los individuos de una población en clases correspondientes a intensidades actitudinales jerarquizadas.
El problema de la medición de las actitudes ha dado lugar a una amplísima gama de investigaciones matemáticas aplicadas. No cabe duda de que esta fertilidad metodológica de la noción de actitud explica, junto a los factores ya mencionados, la importancia de esta noción en las ciencias sociales modernas.
Actitud hacia el propio futuro:
"Somos lo que pretendemos ser, así que debemos tener cuidado con lo que pretendemos ser".
- Kurt Vonnegut Jr. ("Madre noche")
"La actitud es una elección. La felicidad es una elección. El optimismo es una elección. La amabilidad es una elección. Dar es una elección. El respeto es una elección. Cualquier elección que hagas te hace a ti. Elige sabiamente".
- Roy T. Bennett ("La luz en el corazón")