Nuestra sociedad actual asocia él ocio con el aburrimiento. Y aburrirse parece ser que está mal visto, prohibido y es un acto deleznable. Una pena porque es tan bonito aburrurirse contemplando el mar, jugando al parchís o incluso ordenando el armario. Pero llegaron las pantallas y... Ya sabemos el final. Gracias Salvador por este maravilloso texto ✨
Es muy difícil no hacer nada: "El ocio puro requiere, paradójicamente, disciplina, concentración y compromiso, no una búsqueda interminable de dopamina."
Como también dice Vizi Andrei: "El arte de perder el tiempo no se traduce en pereza intelectual o vagabundeo eterno. Se trata de estar abierto al asombro, la aventura, el milagro y la serendipia. Se trata de sentirse cómodo con la incertidumbre."
Este artículo es una radiografía cruda de nuestra relación actual con el descanso y el tiempo libre. En él resuena una verdad incómoda: "hemos convertido el ocio en una extensión disfrazada del sistema que nos agota".
El problema no es solo que trabajamos demasiado, sino que cuando paramos, ya no sabemos cómo habitar el silencio, cómo saborear el presente sin productividad, sin pantallas, sin dopamina artificial. Llamamos “ocio” a consumir contenido sin pausa, a distraernos compulsivamente, a anestesiar el cuerpo y la mente con estímulos… cuando en realidad ese no es un descanso reparador, sino un “paréntesis tóxico”.
Tal vez el mayor lujo de nuestro tiempo no sea el ocio, sino saber qué hacer con él cuando finalmente lo tenemos.
Nuestra sociedad actual asocia él ocio con el aburrimiento. Y aburrirse parece ser que está mal visto, prohibido y es un acto deleznable. Una pena porque es tan bonito aburrurirse contemplando el mar, jugando al parchís o incluso ordenando el armario. Pero llegaron las pantallas y... Ya sabemos el final. Gracias Salvador por este maravilloso texto ✨
Muy cierto, Sonia.
Es muy difícil no hacer nada: "El ocio puro requiere, paradójicamente, disciplina, concentración y compromiso, no una búsqueda interminable de dopamina."
Como también dice Vizi Andrei: "El arte de perder el tiempo no se traduce en pereza intelectual o vagabundeo eterno. Se trata de estar abierto al asombro, la aventura, el milagro y la serendipia. Se trata de sentirse cómodo con la incertidumbre."
Este artículo es una radiografía cruda de nuestra relación actual con el descanso y el tiempo libre. En él resuena una verdad incómoda: "hemos convertido el ocio en una extensión disfrazada del sistema que nos agota".
El problema no es solo que trabajamos demasiado, sino que cuando paramos, ya no sabemos cómo habitar el silencio, cómo saborear el presente sin productividad, sin pantallas, sin dopamina artificial. Llamamos “ocio” a consumir contenido sin pausa, a distraernos compulsivamente, a anestesiar el cuerpo y la mente con estímulos… cuando en realidad ese no es un descanso reparador, sino un “paréntesis tóxico”.
Tal vez el mayor lujo de nuestro tiempo no sea el ocio, sino saber qué hacer con él cuando finalmente lo tenemos.