¿Cómo podemos proteger nuestro cerebro de las sustancias tóxicas?
¿Los disruptores endocrinos envenenan nuestro cerebro?
Almacena los alimentos en vidrio o cerámica en lugar de plástico.
¿Qué sustancias tóxicas son las más peligrosas para el sistema neurocerebral?
Se han incriminado varios disruptores endocrinos: pesticidas, plastificantes (ftalatos, bisfenol A), retardantes de llama, agentes impermeabilizantes, nitratos, percloratos, filtros UV, etc. Entran en nuestro organismo a través del aire que respiramos, los alimentos que ingerimos, el agua que bebemos y los cosméticos que nos aplicamos en la piel. Los efectos de varias de estas sustancias se han demostrado claramente en estudios epidemiológicos y/o mediante experimentos con células o animales. El periodo fetal y la primera infancia son los más críticos para la exposición, sobre todo en cuanto al riesgo de enfermedades del neurodesarrollo y pérdida del cociente intelectual.
La dieta y el estilo de vida desempeñan un papel importante a la hora de detener la progresión de las enfermedades neurodegenerativas y el deterioro de la función cognitiva, a través de la mejora de la plasticidad estructural y funcional en el hipocampo, el aumento de la expresión de factores neurotróficos, el mantenimiento de la función sináptica y la neurogénesis adulta. Las intervenciones dietéticas han surgido como posibles inductores de la plasticidad cerebral (por ejemplo, la restricción calórica, el ayuno intermitente). Existe un efecto positivo a largo plazo sobre el flujo sanguíneo cerebral en respuesta a las intervenciones sobre el estilo de vida con una dieta restringida en calorías, la pérdida de peso y el aumento de la actividad física. Para proporcionar al cerebro todos los componentes necesarios para favorecer la síntesis de nuevas sinapsis y el mantenimiento de las conexiones neuronales existentes, reduciendo así posiblemente las consecuencias de la enfermedad de Alzheimer, se han propuesto dietas multicomponentes especialmente diseñadas. Esta dieta contiene DHA, ácido eicosapentaenoico, monofosfato de uridina, colina, ácido fólico y vitaminas B6, B12, C y E, además de elementos como el selenio y los fosfolípidos. También se ha demostrado el potencial terapéutico de dietas especialmente diseñadas que contienen precursores de fosfolípidos de membrana y fibras prebióticas en un modelo de ratón de la enfermedad de Parkinson (EP).
¿Cuál es su impacto en la salud cerebral?
Varias de estas sustancias químicas interfieren con uno de los principales reguladores del desarrollo cerebral, la hormona tiroidea, ya sea bloqueando su producción por la glándula tiroidea o produciendo un desequilibrio en su distribución y acción. El hipocampo, región clave del cerebro para retener los recuerdos y una de las primeras estructuras cerebrales afectadas en la enfermedad de Alzheimer, es muy sensible a esta hormona.
El yodo es necesario para la síntesis de las hormonas tiroideas, que son necesarias para la migración neuronal normal y la mielinización del cerebro durante la vida fetal y postnatal temprana; la deficiencia de yodo ("cretinismo") provoca daños cerebrales irreversibles. Algunos resultados indican que incluso la deficiencia materna de yodo, de leve a moderada, provoca un deterioro de la función cognitiva o neurológica en la descendencia.
¿Cómo podemos protegernos, por regla general?
Comiendo alimentos ecológicos y preparando nosotros mismos el mayor número posible de platos. Eligiendo sartenes de acero inoxidable en lugar de antiadherentes.
Limitando el consumo de alimentos o bebidas que entren en contacto con envases o recipientes de plástico.
Entre las vitaminas, el metabolito de la vitamina A, el ácido retinoico, es una potente molécula de señalización en el cerebro que afecta a la neurogénesis, la supervivencia neuronal y la plasticidad sináptica. Todavía no se ha descubierto que los suplementos de ácido fólico, con o sin otras vitaminas del grupo B, mejoren la función cognitiva o prevengan la demencia o la enfermedad de Alzheimer, pero se necesitan más investigaciones. Un meta-análisis centrado en la ingesta de vitamina B12 y otros componentes de la vitamina B para la reducción de la homocisteína no mostró ningún efecto sobre la capacidad cognitiva en el envejecimiento. Sin embargo, la suplementación con vitaminas del grupo B, incluyendo el folato y la B12, redujo la disminución del volumen cerebral a lo largo de 2 años en individuos de edad avanzada con hiperhomocisteinemia, que está asociada a la demencia.
Guardando los alimentos en vidrio o cerámica en lugar de plástico. Evitando los cosméticos que contengan ftalatos, triclosán y parabenos. Lavando toda la ropa nueva antes de ponértela, y llevando sombrero y camiseta en lugar de crema solar. La ingesta de yodo también es esencial a cualquier edad para la producción de hormonas tiroideas. Esto significa utilizar sal yodada, ya que la sal marina no contiene yodo.
La autopista hacia el cerebro
Matilde Cañelles, en un buen artículo publicado en su newsleter “Pensando Ciencia”, recoge un artículo publicado en Nature.
Subraya que ese documento “muestra que no sólo son las prostaglandinas quienes avisan al cerebro, al menos desde la garganta. Los investigadores han encontrado unas neuronas que, partiendo del cerebro, tienen terminaciones en las amígdalas. Cuando los virus entran en la garganta, activan las células inmunes para producir prostaglandinas y al mismo tiempo, al percibir tumulto en la garganta, estas neuronas avisan al cerebro inmediatamente de que allí se cuece una infección. Es como si las prostaglandinas tuvieran que trasladarse en transporte público, mientras que las neuronas llevan la información por autopista. Y no todo queda ahí: en cuanto el cerebro recibe la información, sobre todo si se trata de una gripe, nos hace sentirnos cansados y con dolores de todo tipo, para que “paremos el carro”, reposemos y permitamos a nuestro sistema inmunitario acabar con la infección. Una cuestión interesante que surge con estos datos es si será algo específico de las amígdalas, o el cerebro tendrá “autopistas” de este tipo en otras partes del cuerpo.”
Y continúa de la siguiente forma:
Pero ¿y la comunicación desde el cerebro?
“Vemos que el cerebro tiene sus vías rápidas para obtener información del sistema inmunitario sobre agresores que pueden poner en peligro nuestra salud. Pero ¿es igual de eficiente dando órdenes al sistema inmunitario? Pues parece que sí, que algo tiene que decir, y no sólo en infecciones respiratorias, sino en otros tipos de enfermedades como las coronarias o el cáncer. Es lo que demuestran varios artículos recientes. En dos de ellos, estimularon la zona del pensamiento positivo del cerebro en ratas. Esta zona se encuentra en el hipotálamo y se puede activar mediante ingeniería genética. Pues bien, al hacerlo se observó que el sistema inmunitario era capaz de reducir las secuelas de un infarto o el tamaño de un tumor.
Imagen sacada del artículo “Modulation of anti-tumor immunity by the brain’s reward system” mostrando el descenso en el tamaño de los tumores, facilitado por los pensamientos positivos.
En conclusión, no debemos validar a pies juntillas todas las creencias populares, pero sí contrastarlas experimentalmente. Por una parte, aunque se dice que una persona sin amígdalas es capaz también de combatir las infecciones, queda por ver si lo hace igual de eficazmente. Mi impresión, en base a los últimos datos, es que la persona sin amígdalas va a tardar más en reaccionar a una infección respiratoria y será más fácil que acabe tomando antibióticos. Por otra parte, la creencia de que un drama en nuestra vida es capaz de empeorar un infarto o avivar el cáncer, quizá encierra más verdad de lo que pensamos. Seguiremos aprendiendo sobre nuestro cerebro y el sistema inmunitario. Entretanto, reposar cuando uno está enfermo, entre otras cosas para evitar que nos corten la autopista de las amígdalas al cerebro. Y ejercitar el pensamiento positivo con un viaje, un buen paseo o una buena película de risa para ayudar a nuestro sistema inmunitario a mantener a raya a los enemigos internos.”
El artículo original está aquí:
La dieta de Okinawa se basa en los hábitos alimentarios de los residentes de Okinawa, la prefectura más meridional de Japón que tiene una de las esperanzas de vida más largas del mundo. La dieta okinawense es baja en grasas, sobre todo saturadas, alta en hidratos de carbono y en alimentos densos en nutrientes pero pobres en calorías, como los tubérculos y las verduras de hoja verde. Esto va acompañado de una tradición de no comer en exceso. La dieta de Okinawa se asocia con un bajo riesgo de enfermedades asociadas a la edad, incluida la demencia.
La salud del cerebro no es independiente del estado de salud general del cuerpo, y todas las medidas que conduzcan a una buena y mantenida salud física general serán también beneficiosas para el cerebro. No es de extrañar que la adherencia a una dieta de estilo occidental rica en grasas saturadas, carbohidratos refinados y alta densidad calórica, combinada con un comportamiento de comer en exceso, que conduce a enfermedades del estilo de vida, sea también un factor de riesgo para perjudicar el rendimiento y la salud del cerebro. De hecho, se ha demostrado un efecto directo de este tipo de dieta en el cerebro humano sobre el volumen del hipocampo, que es importante para la memoria y la cognición.